AUSCadel Evans BMC RACING

Cadel Evans
Fecha de nacimiento
14/02/1977
Nacionalidad
Australiana
Altura
1.74 m
Peso
68 kg
Equipo
BMC RACING
http://www.cadelevans.com.au/ http://twitter.com/#!/CadelOfficial
por J. G. PEÑA

Cadel Evans hace las cosas a su manera. Al revés, según algunos de sus compañeros del pelotón. Claro. Viene de la otra punta del mundo, de las antípodas. «Pocos han creído en mí», recordó ayer cuando celebraba su primer Tour, ya con 34 años, por delante de Andy y Frank Schleck, los dos primeros hermanos que suben juntos al podio de París. Evans ha merecido este Tour. Siempre delante, entre los primeros: en los muros de la primera semana, atento a los cortes, templado ante los ataques de Contador y Andy en la montaña... y superior a todos ellos en la contrarreloj final. Su victoria ha sido una obra de ingeniería. Tienen los ciclistas australianos fama de aventureros, gente que viene con su casco y una mochila a hacer las 'europas'. Que llegan con prisa, a comerse el viejo continente. Evans es distinto: sigiloso, calculador y, sobre todo, paciente. Ha sabido esperar hasta que ha llegado su hora. La que marcó el sábado el reloj de la 'crono'. Un campeón al revés.

De Evans se han reído mucho. Su voz de flauta. Manías como hablar solo delante del espejo. Cuando en 2002 le fichó el Mapei, Bettini se encargó de él. Evans, estrella del mountain bike, les pareció a todos muy arrogante. Quería ser el mejor en cada entrenamiento. Les atacaba. Chulo. Se va a enterar. Una mañana, Bettini manipuló uno de su frenos; hizo que rozara con la rueda. Y en ese entrenamiento, el italiano salió lanzado. Evans, a rueda. Hasta que reventó. La carcajada fue general. Más tarde, ya en el T Mobile, al ciclista australiano lo arrinconaron. Prefirieron al colombiano Botero, luego tachado por su relación con el médico Eufemiano Fuentes. Y fue peor aún el tránsito de Evans por el equipo belga Silence-Lotto (Omega). Nunca confiaron en él. «Siento que perdí el tiempo en esos dos equipos», dice el hoy ganador del Tour.

Evans es un tipo solitario que necesita sentirse querido. En el BMC, su escuadra actual, le acunan. El BMC, levantado sobre la cenizas del Phonak de Landis, es un conjunto suizo. Matemático. Puntual como un reloj. Evans vive en Suiza. Pasa semanas durmiendo solo en estaciones de esquí. Baja en el teleférico cada mañana hasta el llano, se entrena y vuelve a subir para cargarse de oxígeno. Evans es como creció: independiente. Nació en un mínimo pueblo aborigen del norte de Australia. Apenas noventa vecinos y desperdigados. Paisaje vacío. Niño silvestre. A los dos años ya pedaleaba por el rancho. «La bici era el único medio de transporte», cuenta. Nada sabía del ciclismo. «Siempre me hablan de Phil Anderson, el primer australiano líder del Tour (1981), pero yo no lo vi». En casa no había ni radio, ni televisión, ni teléfono. Era una niñez al galope, entre caballos. Uno de ellos le metió de una coz en el hospital: seis días en coma. Para alguno de sus compañeros, aún sigue allí, en su burbuja. Un ciclista en la luna.

«Que piensen lo que quieran de mí», contesta. Evans es inmune a eso. Antes de los Juegos Olímpicos de Pekín dio su apoyo a la causa tibetana. Y, sin levantar la voz, siempre ha defendido un ciclismo limpio, sin aditivos ni farmacias. «Un campeón creíble», dicen en Francia. Su preparador, hasta que falleció el año pasado, era Aldo Sassi, antiguo gurú del Mapei. Con él, Evans estuvo cerca de ganar el Giro de 2002 nada más llegar. Luego se chocó contra el Tour. Y Sassi dejó entrever que la «medicina» había alterado las clasificaciones durante aquel inicio de la década. Cuando Evans volvió a las primeras plazas, Sassi recurrió al sarcasmo: «No es que haya cambiado Cadel, lo que ha cambiado es el ciclismo». Eso cree también la opinión pública francesa: la victoria de Evans es la prueba de la regeneración de este deporte.

Viene de la otra punta del planeta. Con 14 años, se apuntó a su primera carrera. Y enseguida se hizo figura del mountain bike. En su pueblo, el asfalto era poco y para los coches. Llegó a la élite en el ciclismo de montaña, pero le costaba ganar. Acabó quinto los Juegos de Sydney 2000. Qué decepción. Y un año después se atrevió a bajar del monte. A la carretera. Su equipo, patrocinado por la firma de bicicleta Cannodale, aportaba material al conjunto italiano Saeco. Le hicieron un hueco en la Vuelta a Austria. Un prueba. Y asombró. Lo vio Jesús Suárez Cuevas, entonces técnico del Mapei y lo reclutó de inmediato. Era una joya, pero extraña. Se llamaba Cadel en recuerdo de un viejo guerrero galés. Estaba lleno de músculo y tenía aflautada la voz.

Ejemplo de superación

Sassi adivinó el talento. Evans tenía motor. Al nivel de Tonkov o Garzelli, entonces aspirantes al Giro. Sólo hacía falta alargar su esfuerzo: de las dos horas del mountain bike a la duración de un Tour. Lo hicieron juntos. Sin saltos extraños. En progresión. Aunque sin victorias: no fue campeón del mundo de mountain bike; perdió el Giro de 2002 por un desfallecimiento en el alto de Folgaria, y del Tour le apartaron el último día Contador, en 2007, y Sastre, un año después. «Induráin era mi ídolo», dice. Fue el primer campeón que vio, cuando pudo comprar una televisión. Ahí conoció el Tour. Al otro lado del mundo. Cuando el navarro pedaleaba, allá dormían. En 2009 despertó a su país al proclamarse campeón del mundo. Esa tarde lloró sin parar. Ayer, en París, donde se casó con Chiara, Cadel Evans volvió a echarse a llorar en su día más feliz. Siempre al revés. Australiano, el primero en la historia del Tour.

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