JON AGIRIANO | BENIDORM
Encuentro con un grupo de jubilados españoles, beneficiarios del Imserso, que disfrutan por todo lo alto de sus vacaciones invernales en Benidorm
IMPARABLES. Todo humor y energía a sus 79 años, la viguesa Trudel Waisele reina en la pista del hotel Fleming./ Ignacio P érez
El día termina en el salón de baile, como es tradición. A cierta edad, sobre todo llegando a la tercera, las rutinas son sagradas e inviolables, una fuente de paz interior frente a los imprevistos cada vez más inquietantes de la vida. Por la mañana, paseo por la playa. Luego comida en el buffet y un rato de siesta. A media tarde, segundo paseo y regreso al hotel. Un poco de charleta en el salón y a ponerse guapos para la cena y el baile. Salvo muy contadas excepciones, éste es el plan de vida de los cientos de jubilados españoles que, de la mano del Imserso, pasan unos días de vacaciones invernales en Benidorm, el destino turístico más emblemático de la costa mediterránea. Un total de 34 hoteles de la ciudad de los rascacielos, el sol radiante y las serpientes de neón se llena de octubre a mayo con pensionistas españoles llegados en viajes subvencionados.
Uno de ellos es el hotel Fleming, un dos estrellas de 104 habitaciones situado en la calle Maravall, cerca de la playa de Poniente. El Fleming es un hotel como tantos. Se hace difícil encontrar algo en él que lo distinga de los demás, de modo que resulta perfecto como ejemplo. En la entrada, entre la pequeña recepción y el despacho del director, un cartel anuncia el programa semanal de actividades. Incluye tiro de carabina, taichí, petanca, dardos, bingo, juegos de mesa y baile en grupo, que es una especie de ensayo de diversas coreografías que luego, cuando ya están bien maduras, se ponen en práctica durante la noche. Los huéspedes también pueden elegir un completo surtido de excursiones a pueblos cercanos, a los parques temáticos de Terra Natura y Terra Mítica o a la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia.
El hotel Fleming está lleno de vida este miércoles de finales de febrero y el primero en celebrarlo es Joaquín García, su director. «Antes Benidorm era un destino de verano. A comienzos de los ochenta, sólo los hoteles más emblemáticos abrían todo el año. Ahora más del 90% ya no cerramos en invierno y podemos mantener las plantillas. Los programas del Imserso han sido muy importantes tanto para los jubilados como para el sector turístico. Es algo que funciona muy bien. Nosotros ponemos la cama y la comida y el Imserso, todo lo demás, incluida la asistencia médica», asegura.
Agua y alguna tila
A las nueve y media de la noche comienzan los preparativos para el baile, el gran momento del día. El salón se encuentra en la planta baja y tiene capacidad para 80 personas. Dispone de bar y de un pequeño escenario donde se encuentra también el equipo de sonido. Cuatro focos de colores y una de esas lámparas de espejo en forma de bola giratoria tan típica de las discotecas antiguas señalan la pista de baile. A su alrededor se alinean, como en ondas concéntricas, sillas de terciopelo rosa y algunas mesas. ‘Prohibido reservar asientos’, avisa un cartel.
-«El otro día hubo una bronca fuerte porque algunos decían que tenían el asiento reservado»-, recuerda Esperanza Aguilera, la animadora, una bailarina sevillana de 36 años.
Suena una rumba, pero sólo dos parejas de mujeres bailan en la pista. Todavía es pronto. El ambiente tiene que crecer poco a poco, a medida que los abuelos bajan del comedor y la música les va animando. Entre los jubilados españoles, el entusiasmo es una cuestión de memoria musical. Nada tiene que ver con el alcohol. Eso lo sabe y lo certifica Vicente Orozco, el camarero, un tipo simpático y paciente que ha aprendido mucho viendo pasar la vida desde detrás de la barra.
-«Estoy porque tengo que estar. Pero en toda la noche ya te digo yo que no pondré más de tres o cuatro consumiciones. Algún agua, alguna tila... ¡Estos no son como los ingleses¡»-, exclama, antes de relatar algunas experiencias personales con los pensionistas británicos, gente sonrosada y bebedora que no mira el bolsillo en sus viajes y que, en apenas una hora, ya tiene su mesa llena de botellas vacías, y se va entonando y entonando en un proceso imparable hasta que la pista de baile se convierte en la cubierta del ‘Victory’ de Horatio Nelson en plena tempestad. O en Trafalgar. «Cada noche tenía que llevar a un par de señoras hasta el ascensor»-, recuerda Orozco.
Concepción Veiras, viuda de Órdenes (La Coruña), madre de tres hijos y abuela de cinco nietos, es una de las más animadas. Acaba de marcarse un tango con su amiga Dosinda y, a sus 68 años, parece tener marcha para rato. Desde hace cuatro años, Concepción es una fija de los viajes del Imserso.
-«Lo pasamos fenomenal. No nos falta de nada. Y mire, por 196 euros nos pagamos el avión, el autobús, el hotel y la comida. ¿Qué más podemos pedir?»-, se pregunta.
Pasa el tiempo y el baile se va animando. Un grupo de cinco viudas de Jaén asiste a la fiesta desde una esquina del salón. Sentadas en sus sillas, muy modosas, observan la escena con una curiosidad de siglos. La estampa no puede ser más española. No parecen la alegría de la huerta, pero se lo están pasando de maravilla. Así lo asegura una de ellas, Virtudes Contreras, que viste de luto y no baila porque le falta corazón para hacerlo.
-«Hace unos meses se murió mi marido y no estoy animada», informa.
‘El chacachá del tren’
A eso de las diez y media, Esperanza Aguilera decide apretar el acelerador. Junto al equipo de sonido, en un pequeño bloc, tiene anotadas la canciones de su discoteca, en su mayoría pasodobles. Los temas que llevan una señal en forma de v son los que más aceptación tienen. Es el caso de ‘Los nardos’, ‘Tres veces guapa’, ‘Las campanas’, ‘La novia de mi copla’ o ‘Mami que será lo que tiene el negro’. Los dos grandes ‘hits’ del momento, sin embargo, son ‘La abuela fuma’ y ‘El chacachá del tren’.
-«Nunca fallan»--, dice la animadora, con una sonrisa traviesa.
Es cierto. Comienza a sonar ‘La abuela fuma’ y la pista se llena en un pispás. La viguesa Trudel Waisele gira como una peonza. Y eso que lleva la muñeca vendada tras una operación en el nervio carpiano. Después de bailar un par de pasodobles, su marido, Jesús Otelo, se ha ausentado discretamente para ver el Barcelona-Valencia de la Copa -no sin antes rogar al visitante que exija a los políticos vuelos directos entre Peinador y Alicante-, pero Trudel no ha hecho más que empezar. La noche es joven para esta florista de ascendencia alemana, madre de cuatro hijos, cuya energía y humor picantón, a sus 79 años, resultan un prodigio. Incluso Carmen Sosa, una divorciada canaria llegada a Benidorm con el alto y noble propósito de encontrar «un novio con salero» tiene problemas para seguirla mientras suena aquello de la abuela fuma, la abuela bebe, la abuela baila, la abuela hace siempre lo que quiere.
-«Ponga usted que, después de toda la vida trabajando, las personas mayores nos merecemos esto»-, indica Trudel.
-«Esto y más. Dígaselo usted a Zapatero y a Rajoy. Más pensiones y más viajes»-, tercia Carmen.
La canción termina entre grandes aplausos, pero Esperanza Aguilera no quiere tregua. ‘El Chacachá del tren’ es recibido con una alegría juvenil. No tarda en formarse una cadeneta que recorre la pista entre grandes carcajadas. Los abuelos se lo pasan de miedo. En el hotel Fleming no hay achaques ni angustias. Como mucho, algún que otro pinchazo de nostalgia. En eso piensa el visitante cuando la cadeneta pasa a su lado, junto a la barra, y se lo lleva .